Estamos frente a un escenario definido por las proyecciones demográficas. Trabajar con demografía permite hacerlo con tiempos largos en virtud de los periodos que sirven de línea de base. Para nuestro caso, tenemos cinco eventos secuenciales que nos dan esa posibilidad por los censos de 1950, 1976, 1992, 2001 y 2012. Lo que nos mostrará el censo del 2024, no podrá sustraerse de la historia de los 74 años anteriores y del comportamiento que ha tenido la población, el desarrollo económico y la condición de las personas que habitan el territorio.
Dos son las tendencias previsibles tienen que ver directamente con el modelo impuesto por los triunfos electorales del Movimiento al Socialismo y la instauración de un estado “originario indígena campesino”; mientras la realidad mostraba una sociedad boliviana que abandonaba el campo y crecían las ciudades, el gobierno establecía un discurso ideológico, aprobaba políticas públicas y destinaba recursos para la inversión en sentido totalmente distinto.
La opción indígena y campesinista del MAS ha tenido que ver antes que con la elección de una opción ideológica, con el oportunismo político. El electorado de izquierda habría votado igualmente por una alternativa contra el neoliberalismo y las acusaciones de vende patria que lo acompañaban, sin necesidad de un sesgo tan marcado y casi exclusivo en favor de lo rural y lo campesino que hoy se vuelve imposible de sostener más allá del discurso.
No se trata de negar tampoco, el valor de las nacionalidades que integran el estado boliviano y que han tenido momentos diferentes de reconocimiento y valoración en su historia. Esas condiciones de realidad objetiva, otra vez, no habrían necesitado que el estado planteara una suerte de reservación racial de 36 parcialidades, insostenible en pleno siglo XXI en el que al haberse decodificado el genoma humano a quedado en evidencia que las diferencias por el color de la piel, sólo existe por la estupidez cultural de quienes las sostienen.
¿Dónde está, entonces, la dificultad política que sostiene una concepción indigenista frente a la realidad social de lo urbano y el reto del desarrollo económico de la sociedad y el Estado? Un campesino, de cualquier signo político, deja de ser campesino si abandona el campo y se traslada a vivir a una ciudad, pues no traslada su modo de producción, sin modificar su opción ideológica. Un indígena y un originario pueden continuar con su cosmogonía y su visión de la vida si se trasladan de la selva a la ciudad, pero no traslada su modo de vida porque en ella no hay cacería, pesca ni recolección, debiendo vivir en un medio hostil en el que lo único que puede ofrecer es su fuerza de trabajo por culpa del estado que no lo ayudó a desarrollar los instrumentos que necesitaba para su nueva existencia.
El valor de la conservación de las lenguas, la narrativa de poblaciones ancestrales, los valores culturales que cada grupo humano aporta en favor de la diversidad mundial, más allá de posiciones testimoniales, no ha tenido ninguna recuperación ni valoración efectiva a la luz de lo que está ocurriendo. Este estado que se asume como lo hace, no ha logrado destinar recursos efectivos para que las nacionalidades, en su lengua y escritura, hayan logrado institucionalización e incorporación en la vida cotidiana de la sociedad boliviana. La imposición de hablar una segunda lengua para los servidores públicos, no pasa la más elemental de las pruebas frente a la evidencia que no existen textos, procedimientos, legislación y comunicación en las lenguas supuestamente defendidas.
Cuando el análisis lo hacemos desde los servicios públicos, la situación no es distinta. La población boliviana, los administrados, todos los que demandan servicios básicos, lo hacen en virtud de la condición humana de que están investidos, no en razón de la lengua, la cultura o la denominación territorial de su existencia. Necesitamos agua, educación, salud, energía y trabajo por ser habitantes del territorio nacional, no por ser indígenas o habitantes de la ciudad.
Y el escenario más complejo está en la complementariedad económica que debemos tener como sociedad y estado frente a un mundo que no le tiene ninguna consideración a nuestra pobreza por nuestro origen étnico, y no comprende la pulsión autodestructiva que nos arrastra al bloqueo y la imposibilidad material de producir competitivamente.
El censo nos enfrentará a nosotros mismos.