Son cerca de la 1 de la madrugada del miércoles, 3 de enero, en Japón. El boliviano Peter López Churruarrin, que vive hace 18 años en la prefectura de Ishikawa, lugar afectado por el terremoto de gran magnitud que sacudió esa zona del país el lunes, 1 de enero, se encuentra resguardado en el living de su casa junto a su esposa y su hija por temor a que un nuevo temblor llegue a la ciudad de Kanazawa.
Su casa no resultó dañada pese a estar ubicada a pocos minutos de la playa, y afortunadamente tiene agua y energía eléctrica, cuenta con calefacción para soportar el invierno que alcanza los cuatro grados bajo cero.
Sus vecinos, que viven a cuatro cuadras, no tuvieron la misma suerte. Se encuentran sin agua, se cayeron los techos de sus viviendas y el pavimento de algunas de las calles quedó dañado.
Peter se encontraba en su trabajo, una distribuidora de tabaco, en el momento en que ocurrió el terremoto. “Eran las 4 de la tarde cuando todo comenzó, pensé que era el movimiento típico de los terremotos y que iba a pasar. Nosotros estamos acostumbrados. Pero a medida que iba pasando el tiempo, las cosas empezaron a caer. Fue una experiencia terrible”, dijo a EL DEBER en contacto telefónico.
El primer temblor, recuerda, duró poco más de un minuto. Peter, de 51 años, se encontraba en un galpón donde había mucha gente. “Lo primero que hicimos (con mis compañeros de trabajo), fue mantener la calma. Es importante no entrar en pánico en esos momentos. El temblor fue creciendo poco a poco”, responde cuando le pedimos que nos cuente lo que sucedió.
El boliviano Peter López vive hace 18 años en Japón
Al finalizar, salieron a un patio con vista a la calle. A los pocos minutos llegó el segundo temblor, y con la alerta de tsunami que recibió por su teléfono móvil, buscó el refugio más cercano. “En Japón, cuando llega la alerta hay que buscar resguardo en edificios en altura. El problema es que nosotros estamos en invierno, tuvimos que aguantar frío por más de dos horas, no teníamos calefacción”, rememora lo que pasó.
En el edificio de resguardo había una tienda comercial, y la gente comenzó a buscar abrigo, sobre todo para los niños. Calcula que en el lugar había 1.500 personas, aproximadamente.
Cuando todo pasó, lo primero que hizo fue llamar a la casa de la familia de su esposa, para decir que estaba bien. Ella se encontraba en la prefectura de Toyama, donde también se sintió el temblor, pero a menor escala. En Japón es tradición celebrar Año Nuevo en familia, pero por motivos laborales, Peter no pudo acompañar a su esposa.
También llamó a su familia boliviana que vive en Potosí.
«Estaba bastante preocupado por mi familia (de Japón), gracias a Dios sabía que no estaban ahí (en mi casa). No sabía si iba a encontrar mi casa completa», dijo durante la entrevista.
El martes Peter fue a trabajar con normalidad, mientras los bomberos se encontraban trabajando en los sectores afectados cerca de su casa. Solo espera que esta experiencia tan amarga no vuelva a repetirse.