Judith con la primera imagen que restauró, la del Cristo crucificado
La virgen de la Navidad, esa que de rodillas en el suelo extiende sus manos para mostrar al niño recién nacido en el pesebre, parece una dulce niña. Pero no siempre ha estado así. Su creador la talló y pintó para que todo el que la vea, aunque sea analfabeto y no pueda leer la Biblia, sienta su candidez y le cale hasta los huesos, pasando por la mente y el corazón.
Con casi 300 años de antigüedad, cada año sale en procesión por las empolvadas calles de San Ignacio de Moxos (Beni), en el tiempo en que asoma la Navidad. Ahora está en manos de la restauradora Judith León, que le está devolviendo el cariz de sus primeros días, cuando manos artesanas indígenas le dieron vida tallando madera de tajibo.
Es una de cuatro imágenes de santos de la iglesia que perdieron el espíritu que su creador les dotó porque el tiempo y los turiros han sido sus peores enemigos.
¿Por qué son tan importantes como para tomarse semejante trabajo de reconstrucción? ¿Es que acaso son un canal directo con Dios? ¿O es porque son una reliquia y obra de arte? ¿Tal vez porque son parte del patrimonio histórico?
La virgen de Navidad, el Cristo crucificado, el arcángel Miguel y la virgen de La Candelaria son imágenes que rondan el metro de alto, y aunque no están vivas y tampoco mora en ellas el espíritu de Dios (en realidad a este le disgustan las imágenes), los ignacianos que creen que les sirvieron de «intercesión para alcanzar un milagro».
Con tantos años de existencia, ¿quién sabe cuántos padres de la patria, autoridades, personalidades y famosos les rezaron? Ellas -las imágenes- se guardan para sí lo que les han pedido en todo este tiempo, y la artista plástica y restauradora Judith León las va escudriñando mientras lija las capas antiguas de su pintado, hasta llegar a la figura original y no les permite guardarse nada.
Queda expuesta la madera con los daños del tiempo, que en algunos casos, llega a desfigurar el rostro o partes del cuerpo.
«La última imagen, la del arcángel Miguel, mide 1,80 m de altura, me he encontrado con un deterioro muy significativo por la termita, en especial en una de las piernas. Se la ha podido restaurar con la misma madera, porque no usamos fierros, ni alambres, ni cables», cuenta Judith, que desde enero se mudó de La Paz a San Ignacio, donde se improvisó un taller en la parroquia, en el que trabaja de lunes a domingo, acompañada por estas imágenes y se siente privilegiada porque haya recaído en ella el honor de devolverles la belleza y dignidad. «Siento la energía de San Miguel, que me dice que tengo que tener equilibrio», confiesa.
La virgen de Navidad, luego de que se le quitaron las capas de pintura
San Ignacio de Moxos
La historia de ese pequeño pueblo capital de la provincia Moxos se cuenta indefectiblemente a partir de la religión que llegaron a promover los jesuitas. San Ignacio de Moxos se fundó el 1 de noviembre de 1689 y casi inmediatamente se pusieron manos a la obra para tallar las estatuas religiosas que le intentan poner rostro a Dios y sus santos.
¿Qué atestiguaron esas estatuas? Al igual que los mortales que les rezan, vivieron golpes de Estado, gobiernos militares, democracia y pestes. Justamente, el pueblo cambió de lugar por una epidemia de viruela y sarampión que casi diezmó la población y se vio obligado a trasladarse en 1743, al oeste del lugar de su fundación original.
La historia de San Ignacio de Moxos se escribe con la importante influencia religiosa (católica), su iglesia (que data de 1744), sus santos, su música (barroca traída de la mano de los jesuitas de la Compañía de Jesús) y su cultura amazónica.
Es más, sus pobladores cuentan que el año que se estrenó el templo (1752)
hubo una procesión de más de un centenar de bailarines con disfraces de animales de la selva, que es la forma particular que tenían los nativos de demostrar su alegría. Y el templo mismo está adornado con flores y bejucos propios del paisaje.
El rostro del Cristo denota el conocimiento en anatomía y dibujo
Una energía de paz
«Lo más emocionante de todo este proyecto es lo que he vivido con cada imagen. Como la del Cristo, que me transmitió una paz increíble para continuar el trabajo», prosigue León mientras habla de la pieza de 300 años, que para ella significó una responsabilidad muy grande, como artista y también como ignaciana.
El párroco que la llamó a La Paz le pidió hacerse cargo de las restauraciones sin saber que ella nació en San Ignacio. Una coincidencia que hace sentir a León que ella estaba destinada para ello.
«Este es un reto, son momentos hermosos, que estoy viviendo», remata.
También asegura que jamás tuvo miedo. «En el proceso de restauración llego a la base misma, donde a veces (las figuras) están comidas por el turiro, o sin ojitos. Yo les digo a los restauradores con los que trabajo -personas del cabildo indígena- que ellos tampoco tengan miedo. Puede haber imágenes que lleguen a asustar, pero aquí no sentimos temor ni sensaciones raras».
Las imágenes le transmiten más bien energía para que ella los cure. «No he tenido ninguna otra sensación, me siento muy feliz cuando llego al taller. Antes de empezar el trabajo me hinco, rezo, pido creatividad y mucha paciencia».
Una de las piernas de San Miguel que requirió un trabajo casi quirúrgico
Santa labor
El trabajo de Judith requiere una paciencia de santo, la vestimenta de un obrero y la dedicación y precisión de un cirujano.
Estudió artes plásticas y audiovisuales con especialidad en esculturas. Sus esculturas en alambre, producto de un minucioso reciclaje, son una muestra de que no tiene límites para crear. Ha participado de concursos en España, Dinamarca, Bélgica, Colombia, Ecuador y Perú.
Empezó con la misión que le encomendó el párroco Fabio Garbari el 25 de enero y va entregando cuatro imágenes restauradas que datan, aproximadamente, de 1700 y tantos, todas fueron talladas por los indígenas del lugar. «No sabemos si hubo una capacitación, pensamos que sí, por las investigaciones que se han hecho».
Va restaurando cuatro imágenes, empezando por el Cristo crucificado que se entregó para Semana Santa, luego la virgen que sale para Navidad, sigue la virgen de La Candelaria que se entrega la próxima semana y el arcángel Miguel, que era la figura más dañada por los turiros. Ahora está un 80% restaurada.
San Miguel, el ‘guardián’ del pueblo y de sus habitantes, de tanto cuidar a los ignacianos fue afectado, pero ya está a poco de ser recuperado del todo. La imagen tiene una espada y una balanza, símbolo de guerra y justicia, y cuando esté lista será devuelta al interior del templo, al lado del Cristo crucificado, para seguir con su misión protectora.
El ángel de 1,60 mts, aparece en el inventario parroquial desde 1797. Si una de sus piernas era la más afectada, su rostro estaba casi intacto. En él Judith se tardó más. Reconoce que es su adulado porque le transmite alegría y «tiene una forma hermosa».
Pero también hay loas para el cabildo indígena, son talladores excelentes, cuyo conocimiento viene de generación en generación. «Son varios, hay tatas y memes del cabildo, personas del pueblo también», que trabajan codo a codo con Judith.
El rostro del arcángel Miguel estaba en buenas condiciones, mejor que el cuerpo
Paso a paso
Judith es católica, «imagínese la emoción que he venido sintiendo desde la primera imagen que me dieron», recuerda relatando el momento en que los tatas y las memes del cabildo elaboraron toda una ceremonia emocionante al momento de bajar al Cristo crucificado y llevárselo al taller.
La primera figura que restauró fue el Cristo, le demandó dos meses y medio, trabajando sábados y domingos.
Restaurándolo llegaron a la base misma de la figura cuyo rostro es perfecto, que demuestra que las manos artesanas que lo tallaron tenían mucho conocimiento en anatomía y en dibujo. «Los rostros son tan hermosos y expresivos, no tanto así el resto del cuerpo, por las falencias en las proporciones en los torsos y extremidades».
Judith explica que luego de encomendarse a Dios para iniciar su jornada en el taller, despinta y lija la pintura de la figura de turno, la idea es llegar a la base misma de la imagen y dejarla en su forma natural tallada en madera de tajibo oscuro.
Luego se hace un análisis para descubrir qué les pasó, qué partes están más dañadas y tomar las decisiones de restaurar, o cambiar.
«Luego viene la policromía, analizar qué colores se van a usar, a partir de los que estaban inicialmente. Conjuntamente con el párroco se hacen las investigaciones, basándonos en fotografías de la época. Mejor si llegamos al color original que tenían», detalla la experta que no solo restaura piezas de madera inanimadas, sino que restaura la fe y la memoria histórica de los ignacianos desde tierra misional beniana.
Así quedó Cristo restaurado con los colores lo más cerca posible a como era originalmente