Vital Muñoz se interna la Amazonía boliviana, en busca de las últimas castañas de la temporada. Como él, miles de recolectores están inquietos por el avance de la deforestación que está mermando la producción de este fruto aliado de los bosques tropicales.
«Sacábamos más barricas (bultos) antes. Hemos ido a menos», se lamenta el cosechador de 76 años mientras abre a golpe de machete los cocos ennegrecidos de los que se extrae la nuez amazónica o castaña en cáscara.
El año pasado se exportaron 23.000 toneladas de castaña, una caída del 15% con respecto a 2022, cuando se vendieron 27.000 toneladas, según la entidad privada Instituto Boliviano de Comercio Exterior.
El 90% de la producción boliviana se distribuye en Países Bajos, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Brasil, principalmente.
La castaña es considerada un superalimento y Bolivia es uno de sus principales productores, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
«El bosque se aleja»
Vital vive en Nueva Vista, a 1.200 kilómetros de La Paz, una pequeña comunidad, con 42 familias, que pertenece al municipio de Cobija, en el departamento de Pando, fronterizo con Brasil.
«El bosque se aleja», comenta este campesino que trabaja como recolector junto a cinco de sus sietes hijos.
Según percibe, ahora debe caminar alrededor de media hora o más desde su parcela hasta los árboles de castaña, cuando en el pasado realizaba ese mismo recorrido en 15 minutos.
Sombreado por la espesa vegetación, esta vez Vital se interna solo en el bosque bajo el sol y humedad intensos, para recoger las últimas semillas de la cosecha que se extiende de diciembre a marzo.
En una jornada, un recolector puede extraer un bulto de hasta 70 kilos que se vende a las empresas comercializadoras por el equivalente a 35 dólares.
Aunque este año los precios parecieron salvar la temporada, Vital observa con preocupación la pérdida año tras año del área boscosa.
«Todos los días vengo a mi chaco (tierra), pero este monte se pierde. Me quedo todo el día aquí, no me imagino mi vida sin el bosque», sostiene en una de las pausas de su trabajo.
Poco más de 25.000 familias se dedican a la recolección de la castaña en cáscara en toda Bolivia según la agencia estatal de alimentos.
La castaña se produce de forma natural, sin fertilizantes ni plaguicidas, únicamente a través del proceso de polinización que involucra a insectos como las abejas o mamíferos roedores como el jochi.
Un aliado en riesgo
«La deforestación es un problema que afecta a la industria de la castaña. Cada año el monte se va perdiendo», corrobora el ingeniero forestal Paul Cárdenas, del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca) y quien lidera un proyecto de investigación sobre el tema.
Con alrededor de 400.000 hectáreas destruidas, en 2022 Bolivia fue uno de los tres países del mundo que más perdió bosque tropical, según el más reciente informe del sistema de monitoreo Global Forest Watch.
Los incendios forestales están asfixiando a la Amazonía boliviana. El gobierno señala a colonos y empresarios agroindustriales de estar detrás de las quemas en su intento por expandir la frontera agrícola.
Las castañas provienen del Bertholletia excelsa, un árbol nativo de Sudamérica que puede alcanzar los 60 metros de altura y vivir hasta 1.000 años.
Así queden en pie después de las quemas, los árboles de castaña dejan de ser productivos. «Necesitan vegetación para que las abejas que son polinizadoras puedan llegar», explica el ingeniero Cárdenas.
La llamada región castañera abarca alrededor de los 100.000 km2 (un 10% de la superficie boliviana), lo que supone la misma extensión de territorio conservado, según cifras oficiales.
«Nosotros no fumigamos. Acomodamos la senda por donde vamos a entrar sin dañar a la planta madre que es la castaña», destaca Walter Alvis, un cosechador de 39 años.
Cuando Vital cosecha usa su machete solamente para abrir los cocos o para limpiar el sendero si hay mucha vegetación. Él sabe que sin bosque no hay producción de castañas.